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¿Aquí nadie va a decir nada?

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Es un día cualquiera de la semana. Son las 10:00 de la noche y Elsa González está conectada en TikTok transmitiendo en vivo a sus más de 18 mil seguidores: comparte lo que ha aprendido en el último año buscando convertirse en una porcicultora. Conectarse en redes sociales, que la gente la felicite por la iniciativa, es un abrazo a esa niña de 14 años que se derrumbó y quedó en el limbo al enterarse de que su madre no era quien pensaba, que había sido criada por su abuela materna, mientras sus padres biológicos se hundían en las drogas y la prostitución.

Elsa ha sido una flor que se ha ido descubriendo poco a poco, con cada golpe de la vida. Donde llega transforma: todo proyecto que inicia busca llevarlo a su mayor esplendor. Involucra a sus vecinos, amigos, familiares, ahí en el sector Bolivariano del municipio Los Taques del estado Falcón. Ahí, donde el agua por tuberías llega una vez al mes, donde no hay asfaltado, donde el transporte público es escaso y el servicio eléctrico falla a diario por horas.

Un entorno precario lleno de contrastes: desde su ventana, Elsa disfruta de las noches estrelladas, iluminadas a lo lejos por los mechurrios del Complejo Refinador de Paraguaná, el segundo más grande del mundo y, a su vez, las hélices inmóviles del Parque Eólico de Paraguaná, uno de los proyectos de energía limpia que resolvería las fallas, no solo de la Península de Paraguaná sino de varios estados del occidente de Venezuela.

Esa tranquilidad que da a Elsa sueños reparadores no siempre estuvo ahí: su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por la violencia, los abusos y el microtráfico de drogas en el estado Táchira, donde entonces vivía. Elsa recuerda que estuvo detenida 42 veces durante su juventud por distintas razones (drogas, escándalos, peleas y hasta por faltarle el respeto a la policía). Era una niña dolida, pero no sabía que ese corazón roto podía sanarse y romper el ciclo en el que había quedado atrapada su familia.

Cuando tenía 21 años, luego de años en la calle, conoció a Yunior, el hombre que la ayudó a entender que alguien podía amarla, y que eso era suficiente para empezar a cambiar. Fue por aquel entonces que quiso reencontrarse con su familia, tener la suya propia… y buscar paz.

Se mudó a Punto Fijo y construyó una casa justo al lado de la de su madre, que estaba enferma. Sentía que, aunque no había recibido su amor, debía dárselo ella. Al ver que no solo ella necesitaba ayuda para construir su casa, buscó ayuda para toda la comunidad.

Y así se fue convirtiendo en una líder entre los vecinos.

Elsa ya tenía hermanos grandes que habían crecido en medio de la violencia doméstica a la que estaba sometida su madre, así se dio una pelea en las afueras de su casa y tuvo que ser valiente para defender, no solo a su tía (que es una persona con discapacidad mental), sino a su hermana más pequeña, pues no quería que pasaran lo mismo que ella. Quería darles una familia real, y Yunior estaba de acuerdo.

Ese día, llegaron a su casa un par de hombres a quienes lograron ahuyentar porque la familia era más grande. Sin embargo, Elsa sabía que volverían, pues la habían amenazado. Prefirió recoger todo, y encerrar a su hermana y a su tía en la casa, mientras ella esperó en el porche. Y así fue: volvieron armados con una escopeta y en una moto. Ella pensó que la matarían, pero sería capaz de dar la vida por las que ya estaban dentro.

Los hombres armados le dispararon en la pierna y huyeron. Los vecinos salieron a auxiliarla y la llevaron al hospital. Estuvo cuatro meses hospitalizada porque no había un antibiótico que acabara con una bacteria con la que se infectó en el mismo lugar.

Pero las oportunidades de cambiar la historia siempre la acompañan, y un buen día, mientras compartía sus desgracias con un policía que estaba en la cama de al lado en espera de una prótesis, gritaron del pasillo: “¡Acomódense, que llegó el ministro!”. Elsa sabía que era su oportunidad, y no dudó en salir de la habitación con sus muletas para encontrarlo de frente.

—Ministro, bienvenido al estado Falcón. Aquí estamos esperando por un medicamento para acabar con una bacteria que me infectó en este hospital o perderé la pierna. Aquí hay un policía que tiene meses esperando una prótesis para poder caminar y yo esperando unos antibióticos que no terminan de llegar.

El hombre quedó perplejo, rodeado de su comisión y el personal del hospital. Su cara mostraba que no podía creer que del otro lado del pasillo una mujer le gritara lo que hacía falta. Pero el ministro se acercó y dijo:

—Ya vamos a resolver.

En solo cuatro horas llegaron tanto los antibióticos como la prótesis para el policía. Y fue entonces cuando se dio cuenta de que la ira que la llevaba a cometer locuras la había transformado en ganas de hacer justicia por aquellos que, como ella, no podían o no sabían defenderse.

Debió vender su casa a un precio muy bajo y se mudó a Las Salinetas de Las Piedras, a una casa al cuidado que le dio una cuñada. En esa nueva comunidad se percató de que muchos niños delinquían y decidió dictarles un curso de cocina para que aprendieran un oficio. Ya Elsa era chef profesional.

Intentó rescatar un espacio de la comunidad, pero no se lo permitieron, así que cocinó en su casa, con materiales de su despensa para enseñar a dos grupos de niños y jóvenes el arte de la dulcería: soñaba con que aprendieran a trabajar y que así dejaran las calles, tal como la vida se lo mostró a ella.

Les dio amor, los enseñó por varias semanas, hicieron presentaciones de muestras a la comunidad y celebraron el cierre del primer módulo.

Pero hubo amenazas y molestias que le impidieron continuar. Algunos niños se quedaron con las enseñanzas y venden dulces en la misma comunidad.

Esta es la tercera victoria.

A Elsa le quitaron esa casa, tuvo que irse de la comunidad sin ninguna explicación. Su hija regresaba de Perú. Tenía ahorrados unos 1 mil 500 dólares. Tener una casa se convertiría en su cuarta victoria. Se sentó en una panadería con un café y le pidió a Dios que la iluminara, y así fue. En Facebook consiguió una casa, pero le faltaban 500 dólares. Se reunió con el dueño y logró que se la dejara y le diera unos meses para pagar los 500 que faltaban.

a Elsa estaba instalada en la nueva comunidad, aunque la primera semana le tocó hacer una nueva revolución, porque había un grupo de jóvenes que hurtaban a los vecinos y ella no era la excepción. El primer día de estadía robaron en su casa.

Ella sabía que era una batalla más, no era la única a la que habían robado, y decidió hacer lo mismo que en los otros lugares donde había estado; unir a los vecinos, cuidar y trabajar por la comunidad.

Caminó por horas con su nieto, hasta que llegó a la estación policial donde le informaron que no había patrullas ni motos para hacer la inspección en la comunidad. Sin embargo, decidió quedarse en la plaza hasta que obtuviese una respuesta. Sabía que su constancia la había llevado lejos y esta no sería la excepción. Horas después, salió un funcionario en una moto hacia su comunidad.

Se hizo una reunión con las pocas familias que había en la localidad. Elsa dejó que hablaran todos, pero nadie quería contar que los estaban robando. Tenían miedo. Así que Elsa esperó su momento y alzó la mano.

—¿Aquí nadie va a decir nada?, porque a mí nadie me va a seguir robando. Nosotros somos más y si nos organizamos podremos cuidarnos con el apoyo de ellos que son la policía, pero no podemos dejarles todo el trabajo y tampoco trabajar cada quien por su lado.

El policía respondió:

—La señora tiene razón. Ojalá todos tuvieran la convicción de hacer las cosas en pro de una comunidad y no de una sola persona. Aquí debe haber más gente como ella, capaz de trabajar en equipo e incentivar la unión. De eso depende que todo camine como debe ser.

Así en equipo lograron frenar los hurtos, también hicieron un grupo en WhatsApp para tratar los temas de seguridad y se intensificó el patrullaje a la zona. Para Elsa era otra batalla ganada, otra transformación. Además, cada vez que alguien le aplaude lo que hace por un grupo es un abrazo a esa niña de 14 años que no quiso ser golpeada por su madre biológica y el motivo por el que huyó de su casa para andar sin rumbo; es un abrazo a los días tristes, solitarios y oscuros que pasaba por las calles de San Cristóbal y que, aunque aún recuerda, no se los desea ni a su peor enemigo.

Hoy se ha centrado en ser una porcicultora, pues la comunidad es una zona de cría de animales. Con su propio esfuerzo ha pegado bloque por bloque para hacer los corrales que forman una fila en el patio de su casa, custodiado por 11 perros que ha ido rescatando en los sitios donde ha vivido. Entre ellos Pirata, que fue acuchillado por un hombre que lo tenía en Villa del Mar. Todos baten la cola solo con escuchar la voz de Elsa, pero viven atentos a cualquier ruido extraño, de que no se metan con los animales que están en los corrales, y defienden su espacio, así como los enseñaron a defenderse en los entornos violentos donde crecieron.

La familia de Elsa cree que son así porque se criaron en ambientes hostiles. Les han dado amor, alimentación y disciplina, y los defienden a ellos por encima de cualquier cosa. “El que salte para acá se lo comen los 11 perros. Y así también cuidan los solares de los vecinos que están pegados al nuestro”.

Elsa está aprendiendo del arte de la porcicultura y cada día muestra sus avances en Facebook y TikTok, redes en las que crece a diario, conecta con la gente por esas ganas de salir adelante, porque es auténtica y se muestra tal como es. Incluso le piden consejos y opinión en ciertos temas. También busca crear la Asociación Regional de Porcicultura para ayudar a mejorar la raza de sus animales y la de sus vecinos que también son productores. Mostrar su trabajo en redes la llevó a conocer a grandes empresarios de estados productores como Portuguesa, y ellos le donaron un lechón de raza de unos 2 mil dólares. Es una historia que Elsa cuenta entre lágrimas y risas porque, aunque se defiende con argumentos basados en las leyes, abraza con amor y sentimiento cada logro que tiene.

Ya no usa el cabello largo y amarillo, ya no tiene las curvas que tenía a los 20 años y que le abrían tantas puertas; ahora tiene algo más importante y así lo entendió. Aunque su partida de nacimiento dice que tiene 47 años, no está segura porque la presentaron cuando ya estaba adolescente. Ahora hace chistes de las heridas que le dejó la violencia, sobre todo en la pierna y la mano, que son las que tiene visibles en todo momento.

 —Cuando me meto a hacer algo, me gusta hacerlo bien para obtener resultados favorables. En este caso no será diferente. Sigo trabajando, chueca como me dejaron, pero en beneficio de todos, porque yo creo que cuando se construye algo en grupo, todo es mejor. Amo mis cochinitos, he ido aprendiendo poco a poco, tengo la tranquilidad que buscaba y siento que seremos un estado reconocido en la producción de carne porcina. Yo sé que lo voy a lograr.

A los 26 años de casada, vive con su hija, 2 nietos y su tía con discapacidad mental, que tiene a su cargo desde hace muchos años. Para Elsa el amor de Yunior la salvó, la transformó y la acompaña en cada proyecto que emprende; y el amor de su familia la acompaña a seguir haciendo justicia para los más desprotegidos. “Yo creo que Dios me mandó al mundo para criar y transformar”.

Fuente: La Vida de Nos

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