“El estafador de Tinder”: ¿vale la pena ver el documental del que todo el mundo habla en Netflix?
El mecanismo parece fácil, pero si nos detenemos un poco a analizarlo, tal vez no lo sea tanto. No se trata solo de inventar una identidad, apoyarte en tu innegable belleza, subir fotografías presumiendo lujos a Instagram, y esperar a que alguien caiga. Incluso para estafar puedes seguir cierto profesionalismo. Eso queda claro en “El estafador de Tinder”, el nuevo documental de Netflix que ahonda en las falencias y debilidades de una red social que cumple diez años entre los cuestionamientos y la popularidad que le brinda un veloz “¡Match!”.
A través de tres historias que inevitablemente terminan conectadas, este documental de dos horas nos muestra todos los rostros de Simon Leviev, el falso ‘Príncipe de los diamantes’. Su historia podría ser la de cualquier estafador de hace cincuenta o cien años atrás. La diferencia radica en que este personaje se valió de una simple aplicación para acostarse con varias féminas, enamorarlas y luego robarles. Todo sin dejar un rastro que amerite pasar muchos años en cárcel.
El primero de los testimonios que recoge el documental es el de la noruega Cecilie Fjellhøy, una joven que ve a Tinder como el lugar perfecto para encontrar “el amor de su vida”. Entre pasada y pasada, esta mujer descubrió al apuesto Leviev, quien se presentó como hijo (y heredero) del ‘Rey de los diamantes’. Para sostener su historia – y aquí viene lo del profesionalismo que mencionamos al inicio–, el estafador mantenía un Instagram plagado de fotografías en hermosos lugares, siempre con ropa de marca y derrochando dinero en lujosos hoteles y restaurantes.
A partir de este momento el documental enumera los buenos momentos que el Simon y Cecilie pasaron en distintas ciudades de Europa. Un momento particular surge aquí: el estafador llevó de viaje a su novia en un jet privado. ¿Quién iba a bordo? Además de la pareja, el guardaespaldas de turno que Simon solía llevar, pero también su ex esposa y su pequeña hija. ¿Quién se atrevería a dudar de la honestidad de un hombre que puede viajar sin problemas con su ex y su hija?
“El estafador de Tinder” tiene un ritmo por ratos incesante. Conforme avanzan los minutos resulta inevitable pensar ¿en qué momento viene el engaño? ¿Cómo es que Cecilie cayó en la trampa? Aunque parezca sorprendente, la víctima en este engaño sí fue capaz de dudar. Pero aquí viene el segundo nivel de la estafa. Simon se percató de que cada detalle sobre su vida personal y laboral que le contaba a sus novias encaje con “hechos” concretos de la virtualidad. Su “padre” millonario sí existe, la empresa para la que trabajaba, también, etc. Todo encajaba.
Paralelamente a la historia de Fjellhøy, el documental de Netflix nos presenta a Pernilla Sjøholm, una bella sueca que también hizo ‘Match’ con Simon en Tinder. Aunque a diferencia del primero caso aquí no hubo un vínculo sexual (“Me pareció muy bajo de estatura para mí”), lo cierto es que ambos personajes forjaron una amistad basada en los viajes, lujos e interminables noches de hermosas capitales europeas. Todo, por supuesto, inicialmente pagado por el estafador, también aquí auto presentado como el ‘Príncipe de los diamantes’ y heredero de un imperio.
ASÍ SE ROBÓ EL DINERO
Bajo la excusa de que su negocio de diamantes era algo sumamente peligroso, Simon Leviev no solo caminaba resguardado y acompañado por varios ‘asistentes’. También se la pasaba diciendo que su seguridad personal era permanentemente amenazada. Una noche cualquiera, el estafador llamaría muy temprano a Cecilie Fjellhøy y le enviaría unas fotografías. Había sufrido un atento y, para evitar mayores riesgos, todas sus tarjetas habían sido bloqueadas.
Ya en una fase de enamoramiento, como probablemente pasó con muchas otras víctimas en distintos países, la noruega no dudó en hacerle un primer préstamo de varios miles de dólares. “Pronto se solucionará y te devolveré”, le respondía Simon. Ella, aunque estable económicamente, no era una persona adinerada. Así pues, debió pedir un préstamo bancario que algunos días después se repetiría varias veces más. En pocas palabras, hipotecarse para salvar al novio en problemas. Todo eso pasaría en apenas unas semanas.
Ya en su segunda hora, “El estafador de Tinder” intercala ágilmente las historias de estas dos víctimas de Leviev. Así pues, mientras vemos cómo este encuentra mil formas de apaciguar la ansiedad inicial de Cecilie por recuperar su dinero, tenemos paralelamente a Pernilla cayendo por primera vez en las garras del timador. El mecanismo fue básicamente el mismo: una supuesta emergencia, la imposibilidad de usar sus propias tarjetas y el pedido de socorro (“Me da vergüenza pedir esto, es algo muy personal”).
Aunque trata sobre delitos, no estamos ante un documental periodístico ‘puro’, por decirlo de una forma. La propuesta de Netflix más bien combina elementos de investigación con otros testimoniales, mezclando por supuesto toques casi cinematográficos. Esto último es evidente cuando, por ejemplo, Cecilie va describiendo cómo cree en el amor romántico, mientras se intercalan imágenes de clásicas películas de amor. Experimentar al momento de contar las historias deviene en un producto atrapante o más bien entretenido, si es que cabe el término.
SE CIERRA EL CÍRCULO
La vaga idea de que todo lo que vemos en pantalla puede quedar impone también nos recorre durante las casi dos horas de visualización del documental. Y es que, por lo menos en gran parte de su duración, no hay presencia de autoridades. Policías y fiscales casi brillan por su ausencia. Lo que sí hay son periodistas capaces de cruzar de ciudad en ciudad europea por una exclusiva: el paradero de este apuesto estafador. Pero también hay aquí un participante inesperado: la compañía de tarjetas de crédito que por momentos hace las veces –sorprendentemente— de consejero o asesor de las víctimas. Queda claro que Simon no es en absoluto el único timador así.
Un detalle que no debe pasar desapercibido aquí es el final, absolutamente atípico si es que de temas delictivos hablamos. No hay aquí una cacería montada por cuerpos policiales de todo el mundo o Interpol emitiendo alertas rojas. Si el documental lo inician dos mujeres, lo termina una tercera, aquella que por azares del destino –y por la labor de la prensa de investigación—supo descubrir a tiempo al hombre que dormía a su lado. Todo esto le permitiría hacer justicia con sus propias manos de la forma más impensada. Solo ver cómo tramó lentamente su venganza y cómo la concretó, merece la pena todo el documental. Y es que, tal vez mal haríamos en esperar un final entre esposas y barrotes de metal si en el epílogo de la historia una de las víctimas responde sonriente: “Volví a usar Tinder. Sigo buscando el amor”.
Fuente: El Comercio